El otro día se hizo viral una carta enviada a la directora del periódico El País en la que Carolina Vázquez contaba que su hija quería ser segundo violín. “Mi hija quiere ser segundo violín. No primero ni solista, ella lo que quiere es tocar tranquila en un segundo plano, porque eso le hace feliz. Pero el mundo está hecho para los que quieren ser famosos, para los que sueñan con ser los primeros”, escribía la lectora del diario. Y es verdad. La sociedad, metida como está en una carrera continua por el éxito externo y las apariencias, nos empuja a formar parte de esas competiciones absurdas.
Ser el primero está sobrevalorado. Aunque pueda ser una motivación para afrontar los retos, la realidad es que este aliciente acaba convirtiéndose para muchos en un pesado lastre del que es difícil deshacerse. La mayor parte de los estímulos externos que recibimos van en la misma dirección: tienes que ganar, ser mejor que los demás, alcanzar la victoria. Ya se sabe: va todo al ganador. Esas consignas suelen ir acompañadas de reflexiones sobre la importancia del esfuerzo y la superación, sí. Pero para algunas personas estas matizaciones no siempre consiguen eliminar la presión y la ansiedad que suponen admitir que será muy complicado alcanzar la posición de honor, la gloria.
En realidad, si lo pensamos bien, ser el primero es prácticamente imposible. En una competición deportiva o en un proceso de selección para un trabajo pueden presentarse centenares, e incluso miles de personas, pero solo atravesar la meta por delante del resto de corredores o conseguir el puesto una. ¿Qué pasa con el resto? ¿Se les invalida como deportistas o como profesionales? Si no fuera por el resto ni la carrera ni el proceso de selección hubieran existido, así que parte del mérito es, al fin y al cabo, de todos. Como dice Carolina en su misiva, “la maravilla de una sinfonía sólo es posible gracias a los que sueñan con ser segundos violines”.
Ser el primero no es más que una rareza y, en definitiva, una circunstancia que no debe constituir un motivo de frustración que nos bloquee para seguir adelante, porque todos hacemos falta. El éxito de esta carta pone de manifiesto que hay que decirlo más. Que no ser Messi no nos impida intentar jugar en segunda división. Aprender eso allana el camino, despeja el horizonte y permite disfrutar del trayecto.
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