¿Radicales?


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Durante los años noventa, la década en la que crecí, los medios de comunicación se llenaron de informaciones relacionadas con las performances que realizaban los ecologistas para llamar la atención de la sociedad. Un día se colgaban de las torres de refrigeración de una central nuclear y al siguiente lo hacían desde cualquier emblemático puente en el que cupiera una pancarta lo suficientemente grande para plasmar en ella sus preocupaciones acerca del deterioro del medio ambiente. En ocasiones, porque no siempre lograban su propósito, conseguían cierta presencia mediática, lo que les hacía continuar con esta estrategia para difundir su mensaje, tan difícil de colocar en la agenda informativa de la época.



Recuerdo que por entonces estas peculiares manifestaciones pasaban bastante desapercibidas en nuestras vidas. Vamos, que nadie les prestaba la más mínima atención. Sus protagonistas eran vistos prácticamente como unos radicales, unos frikis, personas con poco trabajo que se veían realizadas luchando por una causa vacua con la que se creían unos visionarios, unos héroes, unos incomprendidos. Pero no desistían. Ellos continuaban fletando barcos al Polo Norte, organizando campañas para denunciar la desertificación y denunciando allí donde les dejaban que el rumbo que estaba tomando el mundo empezaba a dejar poco margen para regresar a tiempos mejores. Daba igual que la mayor parte de la sociedad viviera con los ojos cerrados.



Ese trabajo, muchas veces con resultados similares a los que se obtienen tras darse cabezazos contra la pared, ha empezado a dar sus frutos. En los últimos años los medios de comunicación han empezado a cambiar su actitud, merced a los numerosos estudios que alertan de la grave situación en la que nos encontramos. Raro es el día que los periódicos no dedican espacio a noticias relacionadas con el cambio climático o que las televisiones no emiten alguna de las dramáticas imágenes que nos ponen frente a la cruda realidad: o cambiamos o esto acabará mal. Igual aquellas personas que ponían en peligro sus vidas no estaban tan equivocadas como creíamos. Hemos pasado del “mira estos trasnochados haciendo el ridículo” al “no entiendo porqué los gobiernos han sido tan laxos en el Acuerdo de Paris”. No está mal la evolución.



En poco tiempo los índices de separación de residuos en nuestro país han mejorado enormemente, el coche eléctrico ha empezado a ser una opción (cierto que todavía muy residual) y los estudios sobre contaminación ya forman parte de nuestras preocupaciones cotidianas. Los datos que arrojan los informes no son nada halagüeños, pero ya nos producen desasosiego, a unos niveles crecientes con el paso del tiempo. Quizá sea así como empecemos a afrontar el problema como lo que es: un fenómeno de primera magnitud en el que todos podemos poner de nuestra parte para amortiguar las consecuencias. No sé si será ya demasiado tarde o no. Tranquilos, no es necesario dejarse caer desde las alturas para mostrar nuestra adhesión a esta causa que es la de todos. Basta con pensar en los demás como lo hicieron y siguen haciendo aquellos “radicales”.


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