Medicina de la buena

Que te desahucien o no tener para pagar las facturas o para alimentar bien a tu familia… Eso sí que es estar bien jodido.


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Hace unos años colaboré durante unos meses con Cruz Roja repartiendo alimentos a personas en riesgo de exclusión social. Allí conocí a gente que lo estaba pasando realmente mal. También a algún que otro individuo que se estaba aprovechando del sistema, sí, pero la inmensa mayoría acudía porque necesitaba abrirse camino en nuestra sociedad y para eso es imprescindible tener algo que llevarse a la boca. Cada miércoles preparábamos los lotes para quienes habían sido citados, todos ellos derivados desde Servicios Sociales, y distribuíamos alimentos básicos y productos de higiene.



Al principio entras con mucha ilusión. Las ganas por querer hacer las cosas bien te impulsan a afrontar el reparto con alegría. Sin embargo, cuando empiezan a desfilar por allí las personas usuarias, como las llaman en esta entidad, poco a poco la actitud va mutando hasta convertir las ganas, la ilusión y la alegría en mera resignación. Parados de larga duración, inmigrantes recién llegados que se guarecían en chabolas en medio del campo y que habían estado durante semanas alimentándose única y exclusivamente de naranjas, madres adolescentes que intentaban sacar adelante a sus hijos sin apenas dinero ni la madurez suficiente para ocuparse adecuadamente de su crianza… De todo. Y yo, que siempre me he considerado un privilegiado, solo podía tragar saliva y ofrecer mi mejor sonrisa cuando llegaban, decían su nombre y te rogaban que les pusieras más cantidad porque no les llegaba para pasar la semana.



Si desde fuera ya da pavor conocer sus antecedentes, no me imagino lo que será vivirlos en carne propia. ¡Hay tanto sufrimiento! Pero, como siempre, ojos que no ven… Aunque dediquemos algo de nuestro tiempo a eliminar este tipo de situaciones, el ingente esfuerzo que requiere acabar con la pobreza acaba generándonos una impotencia de tal magnitud que, por salud mental, terminamos lanzando la pelota al tejado de las administraciones públicas (desde donde, por cierto, no sea hace lo suficiente por garantizar una vida digna a todo el mundo).



Que te desahucien o no tener para pagar las facturas o para alimentar bien a tu familia… Eso sí que es estar bien jodido, sobre todo porque en muchos casos estas circunstancias tienden a alargarse y a convertirse en crónicas. Poco a poco se van perdiendo las esperanzas de salir del pozo, entrando en un círculo vicioso del que cada vez cuesta más librarse. Así que cuando atravesemos un momento de incertidumbre temporal o de relativa dificultad (no extrema), pensemos que siempre hay gente que está peor. No para consolarnos, sino para relativizar un poco y sentir parte de la ansiedad, el miedo y la angustia que corre por sus venas. Medicina de la buena.


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