Juawulin

Transitar por cualquier ciudad española durante estos días ha sido como teletransportarse mágicamente a Minnesota, Massachusetts, Connecticut o Kentucky.


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“En esta casa no hay truco, ni trato. Hay paparajotes y café de olla. Esto es Murcia, no Wisconsin”. Como este, centenares de mensajes, a cada cual más original, han circulado estas últimas semanas por las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea. Las personas que los han creado y difundido son, de alguna forma, la resistencia. Detrás del chascarrillo y la risa fácil hay, sin duda, toda una reivindicación.



Halloween llegó a nuestro país hace muy pocos años y, sin embargo, ya se ha convertido en una de las fiestas con mayor presencia social. Pocos espacios escapan ya a la influencia de una celebración que aúna diversión, colorido, misterio y música. El sector comercial ha aprovechado el tirón que provoca la combinación de todos estos ingredientes para explotarlos al máximo y crear el marco ideal para promover las ventas. Transitar por cualquier ciudad española durante estos días ha sido como teletransportarse mágicamente a Minnesota, Massachusetts, Connecticut o Kentucky.



A la gente le gusta un jolgorio más que nada en este mundo y aplaudo a quien aprovecha cualquier excusa para llenar su vida de jarana, pero me entristece un poco que, paralelamente a esta explosión mediática que vive Halloween, otras fiestas con mayor arraigo en España estén cayendo poco a poco en el olvido, o al menos estén perdiendo buena parte de su relevancia. Forzar porque sí la pervivencia de una tradición no creo que sea el mejor camino para su mantenimiento. Sin embargo, es una lástima que las nuevas generaciones estén (estemos), de algún modo, dejando de lado costumbres centenarias que han unido a las familias durante décadas. Salir a la puerta de casa a ver la procesión, acompañar a nuestros mayores a llevar flores al cementerio o aprender a cocinar dulces típicos en fechas señaladas son algunos ejemplos de rituales asociados a ese tipo de actos.



Podrá decirse que muchas de ellas son festividades religiosas con las que ya no comulga mucha gente. No obstante, algunas gozaron de tanta popularidad que traspasaron el ámbito espiritual para convertirse en auténticos tesoros del acervo cultural. El desapego de muchas de estas tradiciones es palpable. Las cosas cambian, es cierto. La globalización se lo acaba engullendo todo. Pero, ¿podríamos hacer algo más por intentar conservarlas? Al fin y al cabo, esta lucha no deja de ser una forma de reivindicarnos como sociedad y de hacer valer nuestra identidad como grupo.



Es que, además de percibir cierto rechazo hacia esas fiestas, detecto un clima de opinión bastante hostil hacia ellas. Quizás eso sea lo más grave. A veces escuchamos que es mejor no hablar de cuestiones religiosas en ámbitos públicos como las escuelas o la política “porque puede herir sensibilidades”. ¿Qué es, si no, Halloween? ¿No tiene reminiscencias místicas y sobrenaturales? ¿Por qué en según qué ambientes no produce tanto rechazo ni desaprobación como algunas tradiciones religiosas?



Espero que hayáis pasado un feliz Juawulin, grupo. Soy Josep.


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