Te despiertas, enciendes la luz, compruebas que el teléfono se ha cargado, consultas las últimas noticias y las notificaciones de tus redes sociales. Te levantas, te diriges a la cocina para prepararte el desayuno. Llenas una taza con leche, la pones en el microondas para calentarla, enciendes la cafetera y colocas una cápsula de café para añadirlo. Finalmente, rematas esta primera comida de la mañana con unas buenas tostadas. Puede que no haya mejor forma de acabar de despertar y volver a ser persona tras unas horas en los brazos de Morfeo.
Sales de casa y, si vas al trabajo en coche, te cruzarás con algunos semáforos; aunque puede que utilices el tren. Llegas y necesitas subir hasta la oficina en ascensor porque son muchos pisos. Cuando, al fin, te sientas en tu mesa, pones en marcha el ordenador y, mientras se inicia, visitas el baño para satisfacer tus necesidades fisiológicas en un cubículo al que no llega la luz natural. A esa hora, el teléfono, el correo electrónico y los servicios de mensajería instantánea empiezan a echar humo. Definitivamente, ahora sí que ha empezado el día.
Todas estas acciones requieren energía eléctrica y las tenemos tan mecanizadas que apenas nos damos cuenta de sus implicaciones. Las hemos interiorizado hasta tal punto que, hasta ahora, con el apagón que sufrimos el 28 de abril en España, no hemos sido del todo conscientes de las consecuencias de permanecer un tiempo largo sin este extraordinario descubrimiento.
Aunque las cifras varían según la fuente, las pérdidas ocasionadas por este incidente han sido cuantiosas. Según se ha publicado, los perjuicios económicos podrían ser superiores a los 1.000 millones de euros, llegando incluso a alcanzar los 4.500 millones. La CEOE, por ejemplo, calcula que como consecuencia del suceso el PIB se reducirá en una décima. De lo que nadie duda es de que el impacto será considerable.
Puede que hayamos dado demasiadas cosas por supuestas. Tras una época de relativa tranquilidad, quizá deberíamos comenzar a asumir la imprevisibilidad como un elemento más de nuestra vida en sociedad. Los múltiples e insólitos episodios acontecidos últimamente, entre los que no faltan pandemias, inundaciones, apagones y guerras en territorios cercanos, son muestras más que suficientes para comprender que todo es posible y que hay que intentar estar preparados.
Recuerdo que en octubre de 2021, tras una caída de los servicios de WhatsApp, Facebook e Instagram, redacté un artículo para el blog en el que me preguntaba si estábamos preparados para una desconexión global y prolongada de Internet. Confieso que una vez publicado, y tras escuchar a varios expertos decir que era muy improbable que esa caída se produjera, me surgieron muchas dudas. No quería contribuir a la psicosis colectiva ni confabular sobre cuestiones poco plausibles; mi intención solo era compartir algunos pensamientos. Quién sabe si esa circunstancia solo es una distopía o lo que nos espera en el futuro. Ya dudo de todo.
A ver si tras este último suceso se impone la prudencia y, sin alarmar a la población, se descarta el riesgo cero para cualquier futura eventualidad. El famoso kit de supervivencia del que tanto se mofaron algunos ya no suena ahora tan descabellado, ¿verdad?
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