Puentes o trincheras


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En vez de tenderse puentes se cavan trincheras. Estos días, el “conmigo o contra mí” impregna más que nunca el espacio político, desde donde se alienta a la sociedad a tomar partido por una de estas dos opciones. Todo debe ser blanco o negro. La diversidad de opiniones, la discrepancia y la crítica sana y respetuosa cada vez tienen menos cabida, porque se observan con recelo, como un ataque a los principios que deben regir las decisiones que se toman para el futuro de la sociedad. 



No se puede dudar de nada. Tienes que posicionarte y hacerlo, por supuesto, del lado que se supone que es el correcto. Como si no existieran tantos lados como personas, como si fuéramos máquinas que piensan, hablan y actúan al dictado de un ente encargado de determinar quién es bueno y quién malo. No te salgas de esa línea porque automáticamente te conviertes en facha. O en comunista. No hay término medio, los matices no existen.



Aumenta la crispación, la polarización y el odio y todo en medio de la peor pandemia que hemos tenido que vivir en un siglo. ¿Ni en un momento como este es posible relajar los ánimos e intentar remar todos en la misma dirección? ¿Quién frena esto? ¿Por qué no cambiamos el “conmigo o contra mí” por el “vive y deja vivir”? ¿De verdad no hay alternativa posible a este lodazal en el que se ha convertido la esfera pública?



¿Tan complicado es tender puentes y olvidarse de unas trincheras en las podemos quedarnos sepultados? ¿Es así como pretendemos avanzar hacia un futuro mejor? ¿Es necesario insultarse, despreciarse, darse la espalda, difundir mentiras para hundir a los demás? Quizás deberíamos hacérnoslo mirar, porque se nos está quedando un país que no sé si da más pena o asco. Difícil elección.


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